El Error

I

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Disclaimer: Los personajes de esta historia pertenecen a R. Ikeda.

Después de la atmósfera dramática de "Diez Días", quería jugar un poco con los personajes.

Gracias, como siempre, a Laura por su apoyo y estímulo. Buena lectura.

 

 

Desde su cálido refugio bajo las cubiertas, Óscar abrió los ojos, vuelta hacia la ventana. La luz del día había entrado en la habitación y lentamente la había despertado. La cabeza le giraba y tenía un fuerte dolor de cabeza, se sentía agotada.

Debo haber exagerado de feo con el vino, esta vez, no me había jamás sentido tan mal, a la mañana siguiente de una borrachera... pensaba, levantándose con los brazos, los ojos todavía semicerrados. Eh, sí, de verdad he exagerado, espero sólo que mi padre no haya regresado de aquella misión suya en Alsacia, de otro modo un bofetón de los suyos no me lo quita ninguno.

Sentía frío, mucho frío. En un instante comprendió que estaba desnuda, completamente desnuda a juzgar por aquello que vio debajo de las cubiertas. Se volvió hacia la parte opuesta del lecho. Tiró arriba las cubiertas de repente, para cubrirse el pecho. Había alguien en la parte opuesta, sepultado bajo las cubiertas, en su lecho.

 

Lentamente movió la cubierta para verle el rostro. La repuso en su puesto.

A su lado, profundamente dormido, estaba André.

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ANDRÉ!!!!!!!!!!!!

POR DIOS, ¿qué es lo que hago aquí DESNUDA? Y ¿qué es lo que hace aquí ANDRÉ? ¿Qué diablos ha sucedido?

Óscar intentó aferrarse a los últimos fragmentos de recuerdos de la noche precedente.... pero no recordaba nada. Justamente nada.

...Y... si... Oh Dios... no puede ser...

Óscar alzó de nuevo la sábana pero esta vez del lado de la espalda de André... con cautela... pero esta vez para "verificar"... bajó velozmente la sábana, desconcertada.

Oh madre... pero entonces HA SUCEDIDO... ha sucedido verdaderamente... ¡¡¡¡¡HEMOS HECHO EL AMOR!!!!!!!

El error

(En la noche, tu)

Parte I

Óscar voló literalmente fuera del lecho aferrando la primera cosa que encontró a su disposición y esto era la chaqueta roja de su uniforme y se la llevó al pecho. André continuaba durmiendo profundamente.

Se miró alrededor. Los propios vestidos y aquellos de André estaban prácticamente esparcidos por toda la habitación.

Hizo un gran suspiro.

¿Y ahora? ¿Qué hago? ¿Qué cosa hago?

Una sola cosa le era clara: Debía absolutamente evitar que alguien descubriese "la incómoda[1] presencia" en su habitación. Recuperó velozmente los vestidos y se volvió a vestir. Le giraba todavía la cabeza pero aquello de la cabeza era un problema que podía esperar, "la incómoda presencia", no.

Verificó si había cerrado bien la puerta con llave. Tomó los calzoncillos de André. Descubrió lentamente el cuerpo de su amigo. Se sentía muy, muy turbada, sentía las mejillas encenderse en llamas y buscaba mirarlo lo menos posible.

¡Está bien! ¡Primero que todo debo volverlo a vestir! ¡A nosotros dos, André Grandier!

Intentó ponerle los calzoncillos por los pies. Metió el primer pie. André se movió. Óscar hizo un salto hacia atrás, dejando la presa.

¡Oh Dios!... ¡Ahora se despierta!

André murmuró alguna cosa poco comprensible y se volvió  a la parte opuesta.

Óscar esperó algunos segundos antes de recomenzar su extraña vestidura. Consiguió meterle el otro pie en el indumento.

Ahora venía la parte más difícil y embarazosa: tirar hacia arriba los calzoncillos hasta la cintura de André...

Lentamente Óscar hizo correr la tela hasta la altura de la pelvis. Las manos le temblaban.

Señor, pero ¿qué hecho de mal para tener que hacer esto?

Consiguió llevarlo casi hasta su cintura... pero algo no iba... no corría perfectamente. Se había... quedado afuera... algo...

¡AHHH! ¡No! ¡Ni siquiera se menciona! ¡Justamente aquella cosa de allí yo no la toco!

"-¡Mademoiselle[2] Óscar! ¡Es hora de alzaros!"

La voz provenía de las escaleras, y era la voz de una de las camareras que estaba subiendo.

¡¡POR DIOS!! ¡Está subiendo! Debo apurarme, debo apurarme...

¡Está bien André! ¡Pero esta me la pagarás, me la pagarás caro! ¡Te lo juro!

Con aire visiblemente embarazado Óscar tomó con una mano un extremo de los calzoncillos y, con la otra, metió velozmente el contenido al interior.

Cerró la puerta interna del dormitorio y se asomó a la puerta externa que daba al corredor. La camarera estaba precisa en la cima de las escaleras.

"-¡Buenos días, Mylene! Por ahora no desciendo a tomar el desayuno. No me siento muy bien y quisiera retornar inmediatamente al lecho. Por la limpieza de la habitación ¡regresad más tarde!"

La camarera hizo una reverencia. "–Cierto mademoiselle, como deseéis, voy a despertar a André, entonces."

"-¡NO! Esto es, quiero decir: no, no lo encontraréis en su lecho, me había parecido entender que tenía intención de quedarse a dormir en París en casa de una prima."

La camarera miró a Óscar con aire un poco sorprendido.

"-Bien, entonces desciendo. Cuando tengáis hambre hacedme llamar y os traeré de inmediato el desayuno."

La camarera hizo una segunda reverencia y comenzó a descender las escaleras.

¡He allí! Lo he hecho, he dicho una mentira. Cuando André se despierte, porque se despertará, antes o después, ¡será claro a todos que he mentido! ¡Brava Óscar! ¡Verdaderamente brava! ¿Y ahora? ¡Nada de pánico!

Óscar intentó pensar en una solución.

Debo devolverlo a su habitación. Yo no recuerdo nada, y si Dios quiere André me parece más ebrio que yo, así que recordará todavía menos... O al menos lo espero... debo llevarlo fuera de aquí, ¡a él y al resto de sus vestidos!

Volvió nuevamente el cuerpo de André hacia ella. Y lentamente intentó levantarlo por los brazos. Puso los brazos de André entorno a su cuello y comenzó a arrastrarlo hacia la primera puerta.

¡Has que no se despierte! ¡Has que no se despierte! ¡Te lo ruego!

André murmuró algo: "Os... Óscar..."

Óscar se bloqueó. Apretó los dientes y cerró los ojos.

André ahora no hablaba más, su cuerpo todavía estaba abandonado sobre los hombros de Óscar. Dormía todavía, no obstante todo.

Se acercó, arrastrando "la incómoda presencia" sobre los hombros hasta la puerta que daba sobre el corredor. La abrió silenciosamente. Miró a derecha, miró a izquierda. Fuera no había nadie. Y la puerta de la habitación de André estaba de frente a la suya.

Fatigosamente llegó a la puerta de la habitación de André. ¡Por fortuna no estaba cerrada con llave!

Óscar entró, cerró la puerta a sus espaldas y arrastró el cuerpo hasta el lecho. Lo dejó caer  hacia atrás lentamente sobre las colchas. Ahora André, medio vestido y medio no, estaba sobre su lecho.

Entonces Óscar corrió de nuevo a su habitación, aferró todos los indumentos faltantes y se lanzó de nuevo a la habitación de André.

Puso toda la ropa a granel sobre una silla y salió cerrando silenciosamente la puerta de la habitación de André para refugiarse definitivamente en su habitación.

Ahora estaba a resguardo. A resguardo y con un gran problema por resolver.

Por cuántos esfuerzos hiciese, Óscar no llegaba a recordar gran cosa de la noche precedente. La cabeza le giraba todavía y se tendió sobre el lecho en el intento de recordar qué cosa hubiera sucedido.

 

Habían pasado un par de meses desde que el conde de Fersen había partido para las Américas y desde entonces Óscar se había sentido a menudo triste. Cuando pensaba en él, y le sucedía bastante seguido en los últimos tiempos, sentía un extraño sentimiento de vacío. Le parecía, en ciertos momentos, que le faltase, que le faltase mucho la presencia de Fersen. En aquellos momentos de tristeza se había encontrado, un par de veces al menos deseando aturdirse la mente con un poco de buen vino.

En esto había encontrado un buen compañero en André, quien la acompañaba a París y que no desdeñaba beber un poco con ella.

Cierto, repensándolo, había tenido la sensación que también André estuviese, últimamente, un poco triste, como si hubiese estado un poco perdido en sus pensamientos. Pero no le había hecho caso más que siempre. Si André hubiera tenido un problema serio se habría confiado con ella, pensaba Óscar. En el fondo desde niños se habían confiado tantas cosas. Después, creciendo, había comenzado a sentir dentro de sí que ciertas cosas no podían ser confiadas a los otros, ni siquiera a él, ni siquiera a su mejor amigo.

André, de algún modo mágico, conseguía, de todos modos, comprender aquello que le pasaba por la cabeza o al menos esta era la impresión que había tenido siempre. Óscar había dejado de confiarse con él. Pero en los últimos meses Óscar no conseguía explicarse ni siquiera a sí misma la causa de su tristeza y de aquella de André. No se lo había dicho, y no le había pedido explicaciones... se había limitado a proponer a su amigo alguna sana bebida.

Una imagen se materializó en la mente de la muchacha. La imagen de la taberna a donde habían ido a embriagarse la noche anterior. Ella sentada a una mesa con un vaso en mano. De frente a ella André. Después nada más.

Decidió alzarse y salir. Tal vez un poco de aire fresco, un paseo, al contrario, mejor, una cabalgata le habría hecho bien. En algún modo debía advertir que no habría ido a Versalles aquel día, y luego, comenzaba a sentir hambre.

Cualquier cosa haya sucedido, pensó Óscar, saliendo al corredor y mirando la puerta de la habitación de André, me espero que tu tampoco  la recuerdes.

 

 

André se despertó muy tarde. La cabeza le giraba y fatigó a ponerse sentado. Debió apoyarse con una mano al respaldar del lecho. Se miró. Estaba con el torso desnudo y con un par de calzoncillos mal puestos. Sobre la silla de frente a él, el resto de su ropa. Se alzó en pie para ir a lavarse.

¡Debo haber bebido bastante, esta noche! Quizá Óscar cómo estará...

Después, al improviso, como un relámpago le apareció en la mente la imagen de ella que lo besaba sobre el cuello.

Sonrió de su misma fantasía.

¡Ciertas veces dejo correr un poco demasiado mi fantasía! ¡André sé listo! No pensar en ciertas cosas, Óscar es el coronel de las Guardias Reales de Su Majestad, pensó irónicamente, ¡no va en lo absoluto de paseo a dar besos sobre el cuello al primer llegado!!!

Pasó delante del espejo. Cierto, debía haber bebido mucho. Tenía los cabellos enmarañados, una expresión decididamente fatigada[3] y... ¡una extraña señal sobre el cuello! Se acercó al espejo para verla mejor. Parecía... como un pequeño moretón...

Otra imagen le apareció en la mente, después otra y otra todavía, y otra todavía, hasta que no tuvo la precisa certeza. ¡HABÍA HECHO EL AMOR CON ELLA!

¿Y ahora? ¿Qué habría hecho? ¿Buscarla? ¿Hablarle?

Se recordó aquello que había sucedido la noche anterior. Óscar estaba triste, estaba triste como cada noche desde que Fersen había partido. Se había enamorado de él, lo sabía bien, André lo sabía demasiado bien. La había visto lentamente cambiar, y recordaba perfectamente el momento en el cual Óscar había comenzado a pensar en Fersen, el momento en el que había comenzado a mirarlo con ojos diversos.

Estaba seguro, había sido aquel maldito día en el que María Antonieta había querido andar a caballo. Por un capricho absurdo quería ir a caballo aunque si no lo había hecho jamás en su vida. Aquel maldito día del incidente en el que había arriesgando morir, como responsable del caballo que la princesa habría debido montar y que se había desbocado. Fersen había tenido el bello gesto, el bello gesto de pedir sufrir la misma pena que el servidor André y Óscar se había quedado tocada. Tocada al corazón.

En aquel momento pensaba solamente en ti, en ti que pedías morir en mi puesto, Óscar... y no me daba cuenta que en aquel mismo instante tu comenzabas a mirar aquel hombre con ojos diversos, con ojos de admiración, con ojos de amor. Gran bello gesto, aquel de Fersen, pensaba irónicamente André, mi vida estaba salvada, cierto, pero en aquel mismo momento, comenzaba mi sufrimiento. Mi sufrimiento comenzaba a través de tus ojos. Tus ojos enamorados. En un cierto sentido yo he estado condenado de verdad a morir aquella noche, a una muerte mucho más dolorosa que aquella de la horca... He estado condenado a verte cambiar día tras día. A devenir siempre más taciturna. A verte sonreír por él, sólo para él, a verte llorar por él, a verte mientras te enamorabas de otro. Sí, ¡una muerte mucho peor que aquella de la horca!

Pero anoche... anoche no era así, no era así. ¡No eras así!

Estabas triste, sí, triste por él al inicio... pero... pero, luego... cual fuese la cosa que te haya empujado a hacer aquello que has hecho... estabas entre mis brazos... y no lo llamabas a él... me llamabas a mí... me llamabas a mí... era mi nombre el que llamabas, era yo quien recibía tus besos y tus caricias.

Tal vez... Tal vez yo me ilusiono... pero si ayer... si aquello que ha sucedido ayer cambiase todo... si en tu corazón hubiese amor para mí y el alcohol hubiese solamente bajado tus defensas... si tu me amases... como te amo yo...

Sé sólo una cosa... que no puedo más prescindir de ti, después de anoche.

André descendió al salón para buscarla. La abuela le refirió que Óscar había ido a cabalgar. Lo encontró insólitamente alegre, no obstante fuese evidente por el rostro que debía haberse ido de parranda la noche anterior. Le había reprochado ásperamente, pero André le había sonreído como si nada de aquello que ella le decía pudiese interesarle. Parecía un poco ausente pero también como... feliz. Así, la abuela decidió ceder. André decidió entonces ocuparse de las caballerizas y la saludó. Habría esperado a Óscar allí.

 

Mientras desarrollaba sus deberes, André no podía hacer menos que pensar en la noche precedente.

Te deseo sabes, te deseo también ahora, te quiero entre mis brazos ahora, quiero de nuevo mirar tu rostro mientras hacemos el amor, quiero ver tu sonrisa, quiero mirar tus ojos, quiero de nuevo sentirte suspirar, quiero sentir de nuevo sobre mi piel tus manos. Quiero sentir de nuevo sobre mi piel tu boca. Ahora, ahora que estoy sobrio, será todo todavía más bello, te lo juro Óscar, será todo más hermoso, por qué yo te amo, te amo de verdad, con todo mi corazón.

 

Pasaron diversas horas antes que Óscar retomase el camino a casa. ¿Cómo se habría debido comportar con André? Había podido reflexionar, alejada de Mansión Jarjayes.

Yo no recuerdo nada y probablemente tampoco él. Mi vida no puede cambiar ahora. Si algo ha sucedido, bien, entonces ha sido un error, un estúpido error debido al mucho vino y a la mucha tristeza. Y con esto el argumento está cerrado.

 

Óscar arribó a las caballerizas caída la tarde. Dio de comer al caballo y se aprestó a salir de los establos.

A la salida se lo encontró de frente.

"-¡Óscar!"

"-Buenas tardes, André."

"-¿Cómo estás?"

"-Bien. Cierto, deberemos pensarlo mejor la próxima vez que decidamos ir a tomar una borrachera: el vino de anoche era verdaderamente pésimo, yo no me he todavía recuperado del todo y también tu me pareces todavía fatigado. Será mejor, en el futuro, escoger otro lugar, o no ir más para nada a embriagarse."

"-Óscar, yo..."

"-André, no te preocupes, no diré a nadie que nos hemos embriagado anoche, así tu abuela no te castigará. ¿Somos amigos, no? Bien, ahora excúsame, pero quiero volver a casa. Estoy cansada y mañana en la mañana quiero levantarme en buena hora y regresar a Versalles. Mi presencia en la corte es indispensable, ahora más que nunca."

Óscar se alejó de la caballeriza, dejando a André petrificado.

Cómo... como si nada hubiese sucedido... como si no recordase... no recordase nada... no recordase de habérmelo pedido... no recordase de haberlo hecho... no recordase nada... ¿por qué?¿Por qué? Óscar... ¿por qué?... yo no puedo creer que tu no recuerdes nada... sería el más atroz de los castigos... la más atroz de las burlas... haberte estrechado entre mis brazos y luego... como si nada hubiese sucedido... No. No, tu, tu debes recordar... debes... te suplico...

 

Óscar ahora caminaba hacia casa.

Bien, lo más está hecho. Verdaderamente creo que no recuerde nada tampoco él. Ahora puedo regresar a mi vida y olvidar también aquello poco que recuerdo. Ha sido un error. Sólo un desagradable error.

 

En los días siguientes Óscar había regresado a su vida de siempre. La usual rutina en la corte. Los recibimientos, siempre más lujosos, siempre más costosos y locos se sucedían uno tras otro en Versalles. María Antonieta intentaba olvidar su dolor por la partida de Fersen sumergiéndose totalmente en una vida vertiginosa y alegre, en los límites de la locura, mientras las arcas de la corona inexorablemente venían secadas. Óscar estaba encargada en hacer que cada fiesta, cada locura de su reina se desarrollase sin problemas, sin obstáculos. Seguido regresaba a Mansión Jarjayes extenuada y en la noche calada. No había tenido más ocasión de quedarse sola con André, y, todo sumariamente, prefería que fuese así. Las pocas veces que se habían visto había que organizar aquello, controlar aquello otro... Óscar se sentía cansada, pero segura.

Segura en su ilusión que nada hubiese sucedido.

André la observaba cada día alejarse siempre más de él, y esta vez no era quizá siquiera Fersen a separarla de él, era ella misma. Estaba triste, profundamente triste.

 

Cuando, mirándose al espejo una noche, había descubierto que también la última huella de aquel pequeño moretón sobre el cuello que ella aquella noche le había dejado había desaparecido, lloró. Lloró en silencio. No le había quedado más nada de ella. Más nada.

 

Continua...

 

Mail to: f.camelio@libero.it

 

Originalmente publicado en: Laura’s Little corner/ Vetrina:

http://digilander.iol.it/la2ladyoscar/Index.html

 

Traducción del italiano al español: Shophy Zegarra shophy@ec-red.com

Lima, sábado 12 abril, 2003.



[1] NdTr. En el original "ingombrante", tiene el sentido de embarazoso y de estorbo.

[2] NdTr. En el original "madamigella", la cual proviene del francés "Mademoiselle". En castellano no hay equivalente, porque "señorita", "doña" y "dama" tienen otra connotación. El sentido es el respetuoso "mi señorita".

[3] NdTr. En el original "provata", un término coloquial sin equivalente en español, con el sentido de cansado, extenuado, consumido.

 

 

 

 

 

 

 

 

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